lunes, 27 de julio de 2015

Meditar con árboles

A estas alturas nadie cuestiona que el contacto con la naturaleza es terapéutico. No conocemos muy bien los detalles del por qué, pero quizás sea lo de menos. Un simple paseo por una zona ajardinada ayuda a relajarnos. O tener una planta cercana a la que le dediquemos unos momentos de atención durante el día, hace que nuestro organismo se recupere del estrés de toda la mañana.

Las culturas tradicionales saben mucho de esto. Por eso tienen animales y plantas que son iconos venerados en lugares tan lejanos como Siberia o Sudáfrica. Árboles como el abedul o el baobab son sagrados, porque han representado la diferencia entre la supervivencia o el exterminio para sus respectivas tribus, además de vehículos y puentes entre dioses y humanos.

Es este puente entre distintos mundos o realidades, lo que hace de los árboles seres tan especiales. Ya no es solo la larga lista de recursos materiales que nos proporcionan, o el descanso reparador de su sombra en un día de verano.

Cualquiera que se halla acercado conscientemente a un gran árbol lo habrá experimentado. Cada cual a su manera. Los humanos somos seres de distintas sensibilidades (por eso hay poetas e ingenieros). Cuando entras en conexión con el árbol, ya no digamos un gran bosque, la percepción de la mente cambia. El tiempo como concepto, tiene otro significado. Estamos ante la presencia de años de vida, quizá siglos. Un venerable ser nos está sintiendo, ¡podemos estar seguros! Es comparable al encuentro con un anciano de rostro amable y surcado por los años. Su mirada serena nos tranquiliza y nos transmite la sabiduría de la experiencia.

Para empezar podemos simplemente pasear sin rumbo y dejarnos "atraer" por un árbol. A continuación prestamos atención a sus detalles, sin necesidad de clasificarlo botánicamente: como son sus hojas, el dibujo de su corteza, quizás halla líquenes u otros organismos sobre ella, a que animales atrae, o que cualidades nos transmite. Lo podemos dibujar, abrazar y sentir de todas las maneras que se nos ocurran (si pasa alguien, quizás nos mire de una forma extraña, ¡no importa!) O podemos sentarnos debajo, apoyando nuestra espalda en su tronco, prestando atención a como cambia nuestra respiración, a nuestros pensamientos. Sintiéndonos.

Hay un antes y un después de una primera experiencia de esta clase. Tomaros vuestro tiempo. Aseguraros de no llevar un móvil, reloj,  ni nada que os pueda distraer. Y no esperéis convertiros en un buda o algo parecido. Quizás no pase nada de lo que esperáis. Lo mejor es no esperar nada y ... dejar que ocurra.  

  
    

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